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¡sigue la cuerda! .....

Día de los Santos Inocentes

Significaba buscar en el periódico o en el telediario la noticia tonta, la inocentada. También te dedicabas a tirar algún petardo, a bromear a alguien por teléfono o soplar polvos pica-pica que te hacían estornudar. Recuerdo que en mi casa había un vaso de cristal tallado, una pieza cuidada con detalle que entre los adornos de la talla, dejaba escapar el agua a través de unos agujeritos que te mojaba mientras bebías.

Sería el año 78 o 79 cuando en un gesto gracioso de complicidad y secretismo, decidimos los dos más pequeños de la casa, hacer la petaca a todo el mundo, a toda la familia. Éramos por aquel entonces ocho hermanos en casa y estaba decidido, no se libraría ninguno, creo recordar que, aunque tentados estuvimos, no nos atrevimos con la cama de nuestros padres, que hubiera sido la jugada completa, digo creo porque dudando quiero adivinar también el suceso en su habitación pero no lo recuerdo bien (cuando Mar lea estas líneas ya me aclarará sus propios recuerdos).

Para los más jóvenes, ahora que se duerme con funda nórdica, la petaca consistía en doblar la sábana encimera por la mitad transversalmente, para arremeterla por el cabecero de la cama, encima de la bajera y por debajo de la almohada, en vez de por los pies, quedaba perfecta y no se podía sospechar nada inesperado, de tal forma que cuando abrías la cama era imposible meter las piernas, la primera vez que me la hicieron, posiblemente un par de años antes del día de autos, no llegaba a entender qué había ocurrido y acabé deshaciendo la cama entera. La verdad es que cuando estabas ya dispuesto a acostarte era un verdadero fastidio, infantil, pero fastidio. 

Desde la mañana, una vez planificado el artificio y vigilando para que no nos descubrieran, Mar y yo fuimos deshaciendo y haciendo con tapujo todas las camas de la casa, era una jugada divertida entre la estrategia de clandestinidad y la artimaña para no ser descubiertos con las manos en la masa, si alguien se acercaba por el pasillo.

Dormíamos en tres habitaciones contiguas pared con pared, yo en la de en medio compartiendo habitación con Luis, a mi derecha tras la pared, las cuatro chicas de la casa juntas en lo que fuera antiguamente la habitación de la abuela y a mi izquierda tras el tabique, otros dos en una litera, Juan y Miguel.

Ese día, una vez perpetrada la inocentada, esperamos los dos con impaciencia la hora de acostarse. Evidentemente mi complicidad se había roto traicionando a mi compañera de aventura y esperaba con mayor impaciencia aún, su grito de sorpresa cuando ella descubriera su cama para dormir y no pudiera acostarse por la maldita petaca.

Después de escuchar juramentos varios a deshora a ambos lados de las paredes de mi cuarto, las risas de Mar al verse traicionada e intentar acostarse sin éxito, satisfecho y divertido de mi triunfo, me dispuse a acostarme esperando los comentarios del desayuno siguiente, cuando descubro con sorpresa, ¡sorpresa de verdad! que no podía meter las piernas en mi cama, ¡alguna me la había jugado! Y escuchando su risa y mi propia carcajada al unísono con un tabique nuevamente de complicidad por medio, nos acostamos con la idea de que ambos habíamos quedado libres de toda sospecha. Efectivamente, como habíamos planificado ¡no se libraría ninguno!

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